Las corbatas, ese complemento esencial del atuendo masculino y, cada vez más, femenino, tienen una historia rica y variada. Este accesorio, símbolo de sofisticación, ha evolucionado a lo largo de los siglos, reflejando los cambios culturales y sociales de cada época.
Si nos remontamos a sus orígenes, encontramos rastros de elementos similares en la antigua China, específicamente a la dinastía Qin (221-206 a.C.), donde se utilizaban pañuelos alrededor del cuello. De manera similar, en el antiguo Egipto, se han encontrado tiras de tela que podrían considerarse precursoras de la corbata, aunque sin la función y forma actuales.
El verdadero punto de partida de la corbata como la conocemos hoy surge en Croacia. Según la tradición, las mujeres croatas entregaban pañuelos a los soldados y maridos que partían a la guerra como símbolo de consuelo y recuerdo. Este gesto representaba que los hombres estaban en los pensamientos y rezos de sus seres queridos. Además de un símbolo de lealtad y cariño, estos pañuelos se convirtieron en parte del traje tradicional de los combatientes.
Fue en 1635 cuando estos soldados, al llegar a París para apoyar a Luis XIII y al cardenal Richelieu, captaron la atención de la sociedad francesa con este distintivo accesorio, lo que llevó a su adopción por la corte de Luis XIV bajo el nombre de “cravate”.
A partir del siglo XVII, la corbata comenzó a evolucionar en estilos y materiales, estableciendo su presencia en la vestimenta formal de la nobleza. Tanto así que el propio Luis XIV creó el cargo de “cravatier”, responsable de confeccionar y mantener estas piezas dentro de la etiqueta cortesana.
En el siglo XIX, con la era victoriana en su auge, aparecieron nuevas formas y técnicas de anudado, modelos como el “Ascot” se convirtieron en sinónimo de distinción en eventos sociales, mientras que el “Four-in-Hand” se popularizó entre la clase trabajadora por su practicidad. Fue en esta época cuando algunas mujeres comenzaron a llevar corbatas como una declaración de independencia y desafío a las normas de género.
El siglo XX trajo consigo una explosión de creatividad en la moda, y la corbata no fue la excepción, en los años 20 y 30, los diseños se alargaron y estilizaron con la influencia del “Art Deco”. Durante la Segunda Guerra Mundial, la escasez de materiales llevó a diseños más sobrios y funcionales. Sin embargo, las décadas de 1960 y 1970 rompieron con la sobriedad e introdujeron colores vibrantes y estampados psicodélicos. En los años 80 y 90, las corbatas volvieron a ensancharse, reflejando el exceso y la opulencia de la época.
Además, durante el siglo XX, la corbata se convirtió en un elemento esencial del vestuario de oficina, consolidándose como un símbolo de profesionalismo y formalidad, Este fenómeno impulsó una sobreproducción del accesorio y un alto consumo, especialmente entre las décadas de 1950 y 1990.
En paralelo, la corbata comenzó a tomar protagonismo en el armario femenino. Desde los años 20, algunas mujeres la adoptaron como símbolo de reivindicación, y en 1966, Yves Saint Laurent revolucionó la moda al incluirla en su icónico esmoquin para mujer, desdibujando las líneas entre lo masculino y lo femenino.
Hoy en día, la corbata sigue siendo un accesorio versátil y en constante transformación, ya sea en su versión clásica de seda para eventos formales o en estilos más relajados y desenfadados, sigue siendo un elemento clave en la moda.
En la actualidad, la corbata ha dejado de ser un símbolo exclusivo del vestuario masculino para convertirse en un accesorio sin género, reflejando la creatividad y la individualidad de quienes la llevan. Desde las pasarelas hasta la vida cotidiana, la corbata no solo sigue vigente, sino que sigue desafiando y redefiniendo las reglas de la moda.
